
El Apego
Entre las necesidades básicas del ser humano se encuentran la necesidad de alimentarse y el apego entre la cría y un adulto de su misma especie. Ambas necesidades son satisfechas por la lactancia materna.
La capacidad de apego empieza a manifestarse desde la infancia con los juegos infantiles en que los niños asumen roles de papá y mamá.
En la adolescencia nos visualizamos teniendo una familia y cuidando a nuestros hijos, más adelante con nuestras parejas hacemos planes de lo que será la vida en común y el cuidado de los hijos.
Durante el embarazo, la madre inicia el apego con su bebé desde la confirmación de ese embarazo, con la asistencia a sus controles, con la preocupación por aprender a cuidarse durante su gestación, a atender a su hijo cuando éste nazca. Se hace más evidente el apego prenatal al comenzar a sentir los movimientos fetales porque ya existe la evidencia de un nuevo ser, independiente, con movimientos y vida propia.
El apego se hace palpable con el nacimiento de nuestro bebé, tanto el hijo como la madre desarrollan toda su capacidad sensorial: se olfatean, se tocan, se miran, se escuchan… se empiezan a conocer en toda su plenitud.
Inmediatamente después del nacimiento, aprovechamos de realizar el contacto piel a piel entre la madre y su bebé. Durante la primera hora el niño/a está despierto, activo, con sus ojos abiertos busca a su mamá, mira los pezones y la aréola materna que se han pigmentado durante el embarazo para que su bebé los visualice, el recién nacido olfatea la leche materna y el especial olor que despiden las glándulas que rodean el pezón, sólo necesita llegar hasta el pezón y empezar a succionar.
Es importante que el padre participa de todos estos momentos acompañando a la mamá en los controles de embarazo, participando en el trabajo de parto, conociendo a su hijo, ayudándola en el cuidado de su bebé… los tres tienen mucho que aprender.